Casi era Navidad en West-Ascott-Mountain

12:14 Vanesa Santiago 1 Comentarios

Queridas familias Hollister y Bobbsey: este relato va por vosotras.

Era un día frío en West-Ascott-Mountain. Era un día frío, pero no nevaba. Las clases acabarían al día siguiente, y Anne y Klaus Zondervan miraban al cielo buscando los indicios de que la nieve se acercaba. Siempre habían tenido una blanca Navidad, pero aquel año no parecía que fuese a ser así. Solo era otro día frío en West-Ascott-Mountain, y ni siquiera el lago se había helado lo suficiente como para patinar en él. Su hielo era quebradizo, peligroso e inestable, y ningún ascottense sensato se atrevía a poner un patín sobre su superficie. La abuela de Anne y Klaus decía que la nieve no había llegado debido a Leela y Justin. No decía “por culpa de”, la abuela no era racista, en su casa siempre habían tratado bien a las personas negras, el abuelo de la abuela luchara con el bando de la Unión, y sobre la repisa de la chimenea todavía colgaba la medalla que atestiguaba su valor. Pero lo cierto es que en West-Ascott-Mountain nunca habían vivido negros en la vecindad como hasta entonces, y sus hijos nunca habían ido a la escuela con los hijos de los vecinos como hasta entonces, y siempre había nevado en Navidad, y los niños habían patinado en el lago en aquellas fechas. Los pocos negros de la zona siempre habían elegido residir al norte de allí, en West-Ascott-Lake, del otro lado del lago, donde tenían incluso su propia iglesia. Nadie entendía que la familia Parks se hubiera mudado a WAM, a pesar de que el padre trabajara en el almacén local, un enorme bazar propiedad del padre de Anne y Klaus. 

Había sido el verano pasado, cuando las bayas rojas revientan y las noches calientes brillan con luces de luciérnagas. El viejo señor Capaldi, empleado del señor Zondervan, acababa de jubilarse, y el padre de Anne y Klaus, que había vendido unos bellos bancos tallados para adecentar la iglesia de la comunidad negra de West-Ascott-Lake, conoció allí al padre de Leela y Justin y el mismo día le ofreció el empleo sin dudarlo. A la semana siguiente, toda la familia, padres e hijos, se había mudado a West-Ascott-Mountain, a una casita pequeña, junto al lago, propiedad de un buen amigo de los Zondervan que sólo la usaba un par de semanas al año, para venir a pescar desde Milwakee.

Y ahora estaban allí, casi medio año después, y la nieve no estaba, como Billie Tannen no se cansaba de recordarles a Leela y Justin. Billie era un abusón, hijo del panadero del pueblo, y algunas veces decía bravuconadas como esa porque sus amigos, Ronny y Harry, dos bobos fortachones, lo respaldaban. Ese mismo día, al tocar la campana que ponía fin a las clases, Anne y Klaus se dirigieron a casa. Con nieve o sin ella, mañana empezarían las vacaciones, y querían hacer muchas cosas esos días. A pesar de todo, no esperaban encontrarse con aquello. 

- Anne, ¿qué te parece si nos desviamos hasta el lago, para ver si podremos patinar sobre él durante las vacaciones? –propuso Klaus. 

Su hermana, que tenía tantas ganas como él de deslizarse al fin sobre el hielo, aceptó, y los dos se dirigieron hacia la orilla sur del lago, donde estaba el embarcadero que usaban los pescadores en verano. La casita de los Parks estaba muy cerca de allí, y vieron a la señora Parks, en la puerta, esperando por sus hijos. 

- Niños, ¿habéis visto a Leela y Justin? 
- Sí, señora –respondieron con educación-. Salieron con nosotros al tocar la campana, pero luego los perdimos de vista. 
- Qué raro –comentó la señora Parks, con inquietud-. Si os los encontráis por el camino, decidle que está la comida lista, que no se entretengan. 
- Descuide, se lo diremos. Seguramente se quedaron jugando con otros chicos porque ya pronto comenzarán las vacaciones, y todos tenemos ganas de juegos. 
- Puede ser… 

La señora Parks no quedó muy convencida. Al empezar el curso, Leela y Justin habían tardado en hacer amigos, porque sus compañeros, precavidos por sus padres, no querían intimar con los hermanos Parks. Pero Anne y Klaus, libres de esos prejuicios, sí los habían aceptado como otros más y poco a poco habían conseguido ser aceptados, aunque Billie y sus amigotes seguían metiéndose con ellos por el color de su piel, llamándolos bobos y otras lindezas semejantes. Sabiamente, Leela y Justin los habían ignorado hasta ahora, dirigiéndoles cándidas sonrisas, lo que, en lugar de apaciguar a Billie, parecía irritarlo más. 

Así que Anne y Klaus, algo intranquilos por el encuentro con la señora Banks, siguieron el camino hasta el embarcadero, donde oyeron risotadas y voces excitadas. ¿Sería posible que Leela y Justin estuvieran allí? Anne y Klaus olvidaron rápidamente lo que habían ido a mirar cuando llegaron. Billie, Ronny y Harry acorralaban a Leela y Justin, dándoles empellones que los acercaban peligrosamente al borde del embarcadero. 

- ¿Estáis locos? –gritó Anne, asustada. Justo entonces Justin resbaló y pareció que caería al lago helado, pero Leela, que lo agarraba de la mano con fuerza, lo evitó. 

Los abusones se volvieron y Billie, envalentonado al ver que Anne y Klaus habían venido solos, se les encaró. 

- Loco está tu padre por meter aquí a una familia de negros, en este pueblo decente. Ya tienen su sitio al Norte, ¿por qué traerlos aquí? Hasta la nieve prefiere mantenerse alejada para que no la manchen con su piel negra. Lo piensa todo el mundo aunque no lo digan. 
- No sabes lo que dices, Billie Tannen –Anne estaba furiosa. Negro está tu corazón, y el de toda la gente que crea semejante aberración contra el espíritu que une a los seres humanos. Por eso la nieve no viene. No porque tema mancharse con la piel de Leela, o Justin, o la de sus padres, sino con la tinta oscura del corazón de quienes se piensan mejores sólo por tener otro color de piel. 

Mientras Anne hablaba, Klaus se había acercado a Leela y Justin. 

- Venga, os acompañaremos a casa. Vuestra madre os espera. Ante un gesto de Billie, Ronny y Harry dejaron marchar a los Parks, no sin darles un par de empellones de advertencia. 
- Un día no vendrán estos cursis a rescataros, ¡mapaches! ¡Mirad bien dónde pisáis, no sea que el suelo se os hunda bajo los pies! –en clara alusión al hielo a donde habían estado a punto de empujar a Leela y Justin. 

Mientras se marchaban, Leela y Justin les dieron las gracias, pero se lamentaron porque en las palabras de Billie Tannen habíaun fondo de verdad. La gente de West-Ascott-Mountain no los quería, y nunca los aceptaría, así que hablarían con sus padres para quedarse sólo el tiempo justo hasta que su padre encontrara a otro ayudante para el almacén y volver a West-Ascott-Lake. No era la primera vez que lo hablaban, pero la provocación de Billie había sido demasiado grande. Anne y Klaus lo sentían muchísimo, porque, aunque en su propia familia gente como su abuela opinaba cosas del estilo de que si no nevaba era “debido a” la presencia de los Parks, y podían entender que desearan marcharse del lugar, habían llegado a apreciar a los hermanos durante aquellos meses, y les gustaría que se quedaran allí. Y si no nevaba aquel año, ya lo haría al siguiente. ¿O no? La duda comenzaba a brotar por separado en el corazón de Anne y Klaus, aunque no se atrevieran a expresarlo. 

Aquella fue una noche fría. Una terrible ventisca azotaba los cristales de la planta alta de la preciosa casa colonial de los Zondervan; Anne no dormía escuchando la tormenta y pensando en formas de arreglar aquella situación, mientras Klaus se debatía inquieto en sus sueños. La ventisca se colaba en ellos, creando una oscura nevada negra de pesadilla sobre West-Ascott-Mountain, y los vecinos, enne señalaban a los Parks con el dedo, y éstos, apiñados entre sí, se hacían cada vez más pequeños, más pequeños… 

Anne y Klaus desayunaban cuando escucharon a sus padres conversar: 

- Ayer de noche, al salir del trabajo, Michael Parks me pidió que le buscase un sustituto. Que no aguanta más vivir aquí. Yo pensaba que estaría a gusto en el pueblo. Todos los vecinos son buena gente. 
- No te sientas mal, cariño. Sabías que podrían surgir dificultades. A la gente le cuesta aceptar los cambios. 
- Me sabe mal haberlo contratado pensando que le hacía un bien y que ahora se encuentre así. Ya sabes que acababa de perder su trabajo en West-Ascott-Lake a causa de su prima. 
- No deja de asombrarme que tantos años después a alguien le molestara ese lazo. 

Hablaban de Rosa Parks. Era prima lejana de Michael Parks, y había sido propuesta suya que viniese a la iglesia de West-Ascott-Lake a hablarles del día que no se levantara de su asiento en el autobús para cedérselo a una persona de piel blanca, dando pie a una gran revolución en el país. El jefe de Michael, que entonces trabajaba en el aserradero de WAL, se había enterado de aquella visita y lo había despedido, porque no le gustaban, había dicho, los trabajadores conflictivos. Durante la colocación de los bancos tallados, el pastor de la iglesia le había contado la triste historia de los Parks al señor Zondervan que, inmediatamente, había pensado en el señor Parks para sustituir la buena labor que hasta entonces había ejercido Eugène Capaldi. Y ahora la desgracia volvía a cernirse sobre los Parks por culpa de la intolerancia latente de su propio pueblo. Solo porque no nevaba. 

Anne y Klaus fueron hablando de eso camino a la escuela, y la campana con la que finalizaron las clases aquel día no los encontró tan emocionados como era de esperar ante las vacaciones de Navidad acababan de empezar. Leela y Justin no había acudido a la escuela, a pesar de que las lecciones aquel día habían sido ligeras y muchos profesores los habían dejado hablar sobre las fiestas y sobre los regalos que deseaban tener bajo el árbol. Otros años, la campana de fin de clases indicaba el inicio de una gran batalla de nieve en el exterior del colegio, pero aquel año no era posible, así que se organizaron para jugar a otras cosas. Por grupos. Con su pandilla de siempre. Hasta eso quitaba la falta de nieve, la unión que generaba su manto blanco y esponjoso. 

Anne y Klaus no quisieron jugar. Desanimados, decidieron ir a hablar con los Parks para convencerlos de que se quedaran en West-Ascott-Mountain. Y para decirles que ellos no los creían culpables de la falta de nieve. 
- Hola, chicos –los saludó la señora Parks; su marido había ido a trabajar al almacén mientras su padre no encontrara un sustituto-. ¿Qué hacéis por aquí? 
- Ya acabaron las clases y veníamos a saber qué les había pasado a Leela y Justin, que hoy no han ido. 
- Hoy les he dado permiso para no ir. Estaban asustados de encontrarse con los brutos que ayer los acorralaron en el embarcadero… Ya sé que vosotros los ayudasteis, y me alegra poder daros las gracias. 
- ¿Dónde están Leela y Justin? ¿Podemos verlos? 
- Claro. Los mandé a jugar a la zona del embarcadero. Les encanta lanzar piedras, a ver cuál llega más lejos, y el ruido del hielo al astillarse con el golpe. Dicen que es como una canción. Cosas de niños. Ahora mismo estaba acabando de hornear galletas, ¿queréis una? 
- De acuerdo, muchas gracias. Y luego iremos al embarcadero. 

La señora Parks salió al momento con una bandeja humeante que olía de maravilla, y la boca se les hizo agua. Eran galletas de jengibre, y sabían deliciosas. Llevaron un paquetito con unas pocas, y en el embarcadero vieron a Leela y Justin lanzando piedras, como había imaginado su madre. 

- El hielo ya no canta –dijo Leela, cuando llegaron. Y luego los abrazó, dándoles las gracias de nuevo por haber aparecido el día anterior para rescatarlos. 
- No creo que esos abusones os hubieran dejado caer. Solo pretendían asustaros. 
- Pues lo han conseguido –aseguró Justin, con cara seria. 
- Bueno, ahora no están aquí, así que vamos a divertirnos, ¿no? 

Acabaron las galletas de la señora Parks entre risas mientras lanzaban piedras. Una de Anne llegó más lejos que ninguna, y era verdad: el hielo no cantaba. Su superficie no se astillaba quejosa con el impacto de las piedras. El frío era intenso aquella mañana y la capa de hielo parecía haber engordado. Tal vez pudiesen patinar en el lago aquella tarde, después de todo. Leela y Justin, en previsión de un milagro, habían sacado los patines de debajo de la cama, y se los llevaran con ellos, así que se los pusieron. 

- Probaremos aquí en la orilla, que se ve más firme y, ante la mínima duda, pasamos a tierra. 
- De acuerdo –aplaudieron los Zondervan. 
- Con que estáis aquí, cobardes. 

Una voz surgió detrás de los árboles. El corazón les latió deprisa, y vieron aparecer entre los troncos a Billie Tannen, Ronny y Harry, seguidos de la mayoría de chicos y chicas de la escuela. Las quejas por la falta de nieve, al parecer, entre juego y juego, habían sembrado el camino para que Billie los convenciera, y no había hecho falta insistir mucho, de que los culpables de que aquel año no tuvieran su batalla de nieve eran Leela y Justin. Pero Leela y Justin no aparecían por ninguna parte, y había partido en tropel en su busca, liderados por Billie Tannen, que se creía con la razón de su parte ante el inmenso respaldo recibido. Por fin, los habían encontrado, y parecían dispuestos a hacerles pagar que, desde su punto de vista, les arruinasen la diversión. 

- ¡Para esto, Tannen! –exigió Anne, mientras su hermano apretaba los dientes. 
- Pero si no es cosa mía, queridita. Es cosa de todos nosotros. Queremos que nieve. 

La chiquillada comenzó a rodear a Leela y Justin, mientras Anne y Klaus, impotentes, eran empujados hacia atrás por la fuerza del grupo. Como el día anterior, Leela y Justin se cogieron de la mano. Y, cuando parecía que caerían desde el embarcadero al lago, se miraron el uno al otro y, dando media vuelta, saltaron hacia el hielo. 
- ¡No! –se escuchó el grito horrorizado de Anne. 

El hielo estaba más duro que en jornadas previas, y los hermanos calzaban patines, pero no podían asegurar que fuese a sostener el peso de los chiquillos más allá de la orilla. Sin embargo, el miedo nos hace imprudentes, y Leela y Justin volaban sobre las cuchillas huyendo de la multitud enfervorizada hacia el centro del lago. Billie, rabioso, se lanzó detrás de ellos sin pensarlo, con un gran salto, y casi alcanza la bufanda de Leela, uno de cuyos extremos se había desenrollado. Y entonces ocurrió. El hielo volvió a cantar. 

En un abrir y cerrar de ojos, Billie había caído al agua helada a través de un socavón abierto en el fino cristal de la superficie, y chapoteaba nervioso y aturdido. 

- ¡Socorro! ¡Ayudadme! 

Nadie quería ayudar a Billie y seguir su misma suerte, y algunos de los niños más pequeños, aterrados, escaparon corriendo del lugar. Pero la mayoría seguían allí, paralizados por la sorpresa, incapaces de reaccionar, incluso Ronny y Harry. Anne y Klaus, en cambio, se adelantaron hasta el final del embarcadero y les gritaron a Ronny y Harry que fueran a buscar una cuerda. Seguro que la señora Parks, en su casa, tenía una. Los secuaces, acostumbrados a cumplir órdenes de Billie, atendieron sin dudar la orden de los Zondervan y se pusieron en camino a casa de los Parks, la más cercana, tan aprisa como pudieron reaccionar. 

- No llegarán a tiempo –dijo una voz. 

Era Leela, que había regresado patinando junto a Justin. El hielo no los había traicionado. Se acercaron al agujero donde Billie resistía y Leela le tiró su bufanda. Justin, que era más fuerte, la sujetó, y la ató al embarcadero, subiendo a su entarimado ayudados por Anne y Klaus. Los cuatro tiraron de Billie, que se agarrara al tejido como un monito a su mamá mona y no la soltaba, y poco a poco fue saliendo del agua, que por suerte en aquel tramo no era demasiado profunda. Un minuto después, cuando todavía boqueaba por el esfuerzo, llegaba corriendo la señora Parks, cargada con una cuerda y con un termo de chocolate caliente que había preparado para sus hijos. Nadie hubiera dicho que una persona mayor y con vestido pudiera correr tan rápido. 

La señora Parks, aliviada por ver a Billie fuera del agua pero intranquila por el remojón helado, le pidió que bebiese el chocolate, y luego lo llevó hasta su casa para darle un baño caliente. Poco después, la casa empezó a llenarse de gente, tras enterarse por el doctor, que se dirigía apurado hacia el hogar de los Parks avisado por los tunantes Ronny y Harry, de que algo grave pasara. Todos querían saber qué había ocurrido. Para cuando la noche llegó, poco después, los corazones de todos los habitantes de West-Ascott-Mountain latían arrepentidos. Los Parks eran unos buenos vecinos, unas buenas personas, y no querían que se fueran. El propio Billie, arrepentido, lloró nervioso mientras les rogaba que lo perdonasen y que se quedasen en la casita del lago. Si no estuvieran viviendo allí, quién sabe si seguiría vivo. El panadero, su padre, les regaló un hermoso pudding de Navidad, que acabaron compartiendo con todos los que se pasaron a interesarse por ellos, y la propia abuela Zondervan apareció por allí, con la excusa de recoger a sus nietos, y en sus manos traía la medalla del valor de su abuelo. 

- Me ha parecido que esta medalla lucirá mucho mejor sobre la chimenea de esta casa. 

Y no quiso escuchar excusas para rechazar su regalo. 

El padre de Anne y Klaus, que había ido a dejar en casa a Michael Parks con su furgoneta tras enterarse de lo ocurrido, subió a bordo a su familia y regresaron a casa. Unos tímidos copos de nieve empezaron a estrellarse contra el cristal. Era una noche fría en West-Ascott-Mountain. Al día siguiente celebrarían la Nochebuena. Y nevaba.

1 comentarios:

Anónimo dixo...

Fantastico Vane!!